Miguel Fernández Cid
Fragmento del prefacio del Catálogo.
Galería Alcantara Conde Duque 1992.
Las obras de arte de Alcantara expuestas en su primera exposición individual fueron consideradas dentro de una descripción expresionista antes de perder la fuerza que solía tener cinco años antes. Si bien esa salida pudo haber tenido ese aire, el respeto del autor ante los mandantes no puede pasar desapercibido. El cuidado le impidió reelaborar sus primeras impresiones pero no actuar. Teniendo en cuenta estas obras de arte, fácilmente podemos asumir que nuestro escultor es de los que se fascinan al ver esas formas que la naturaleza y el destino proponen, aunque luego las remodele y se ocupe de disfrazarlas o hacerlas más visibles.
Torsos despejados, guerreros cuya fuerza emana de trabajar la piedra o en la apariencia de un rostro esquemático. La segunda exposición individual, en 1990, denominada «Oeuvres», es un balance de los resultados de los años 80. A diferencia de la unidad del espectáculo anterior, en este momento, combina diferentes caminos. Varias figuras – pájaros, casi todos, indicios humanos, otros y algunos giros junto a Ernst o Giacometti (notables en la serie «Silencios») se encuentran entre sus esculturas más robustas.
Alcántara es uno de esos escultores que consideran los temas como pretextos, y el principal problema es la técnica que desencadenan. El punto técnico de estas estatuas, talladas en piedra calatorrao, es inconfundible. Sin embargo, no debe ocultar el proceso general que presenciamos: el escultor opta por dejar menos espacio a la fascinación de los elementos, tiene un impacto severo sobre ellos, prevalece con una voz más fuerte, sus juegos visuales son igualmente fuertes y sutiles.
Teniendo en cuenta su tercera identidad, eligió las obras de arte más recientes, que contrastaban los efectos acreditados a elementos como la piedra, alguna asunción de la idea de un bloque y la vitalidad causada por lo que representa. Expuso una tercera colección tallada en piedra de Colmenar. Dos pájaros se destacan de la serie en formas que extraen el verdadero significado de la escultura de principios del siglo XX: la cabeza o el vuelo se convierte en el suelo que desata una cruda sensación de estructuras y volúmenes. Obras de arte con los mismos hilos que las de esa época; esculturas referidas al acercamiento y respuesta a un problema cargado de emoción, evitando lo contundente, apuntando a su estado de estudio o taller. De ahí la importancia de cuestiones, como el equilibrio, que Alcantara endereza con absoluta maestría evitando la visualización simétrica. El tallado se convierte en una técnica para diferenciar lo ligero de lo estable y lo oscuro: la forma como fascinación.
Los resultados de Alcantara son con frecuencia una apreciación por lo modesto, que no parece planificado como lo demuestra «Sphynx»: no tiene como objetivo volver a visitar el pasado, sino retomar los desafíos de la escultura clásica en lugar de la resolución de formas, la sugerencia de movimiento, el interior estrés, la apariencia externa.
(Adaptado por JMS)