IV Centenario Quijote

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Por eso en el capítulo LXXI de la segunda parte de la novela, cuando Don Quijote y Sancho, yendo ya de vuelta definitiva a su aldea, aparecen hospedados en un mesón y alojados en una sala baja cuyas paredes estaban adornadas -en lugar de con tapices- con unas sargas o telas de lienzo pintadas “de malísima mano” con pasajes tomados de la literatura amatoria antigua, entonces Cervantes pone en labios del avisado escudero la viveza de una sorprendente conjetura, haciéndole decir: “Yo apostaré que antes de mucho tiempo no ha de haber bodegón, venta ni mesón o tienda de barbero donde no ande pintada la historia de nuestras hazañas, pero querría yo que las pintasen manos de otro mejor pintor que el que ha pintado estas”.
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Pues bien, para su retrato cervantino Alcántara ha ideado la reducción del personaje “oficial” iconografiado por Jáuregui a sus aspectos más esenciales y más expresivos; y, luego, ha ido sometiendo ese arquetipo a un asombroso despliegue imaginativo, inventando idealmente estas versiones del escritor inmortal, desde perspectivas de los más diversos países del mundo, que resultan más o menos adivinables por determinados detalles chinescos, rusos, italianos, …, cosas verdaderamente sorprendentes y rasgos folklóricos que aluden, uno por uno, a diferentes culturas y geografías. Todo ello, plasmado en un tono de exaltación de línea romántica, aunque de lenguaje singular y propio, sólo suyo, que baraja referentes tan dispersos como el colorido radiante perseguido por la Escuela de Venecia, el gusto por un lenguaje pictórico -muy de la modernidad- lleno de viveza y movimiento, el recurso a un tono fuertemente ilustrativo, la insistencia en someter la forma a la facetación y asimismo a perfiles mixtilíneos que rememoran al constructivismo ruso, un gusto por el resplandor dorado -en realidad, un “no color”- que trae a la pintura un aroma de procedencia oriental …

Difícilmente acertaría yo a elegir uno solo de estos muchos retratos de Cervantes, aunque me arriesgaría por uno muy encendido que hay resuelto en rojos venecianos, demostrando el fervor de Alcántara por Tiziano y, en especial, por Tintoretto, pintura intensa en que la efigie del escritor parece salir de las sombras de un fondo incierto, a la manera barroca de Velázquez en cuadros tan pasmosos como el retrato de Michael Ángelo Angurio, barbero del Papa, adquirido recientemente por el Prado.
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José Marín-Medina
Fragmento prólogo al Catálogo Alcántara – Don Quijote
IV Centenario Quijote, Ayto. Alcalá de Henares
(adaptación JMS)
Alcalá-Madrid, finales 2004.

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