Logos

Poeta, te invito a que seas testigo de las formas del milagro. ¿O el talento para armonizar los espejos del pasado, el presente y el futuro? Tú y estas esculturas. ¿Quién las hizo? Eres «un germen de pureza en la fecunda autoridad del día».

¡Querías que te escribiese! «… Como esos pájaros que se estremecen en el canto», estas son las esculturas que quiero presentarte, en su presencia, en su dimensión, que va más allá de la razón y la materia. El escultor ataca el bloque, como si quisiera descubrir un tesoro que se oculta en lo profundo de la noche, pero, antes de llegar al corazón, se encuentra con los límites, con los volúmenes en movimiento, que vienen de lo que sabe y de lo que siente, de lo que piensa y lo que busca, de lo que se mueve y genera movimiento; encuentra el corazón antes de verlo, antes de tocarlo.

Bloques de calatorao y de alvis gris, orientados por el viento, que cruzan planos, que componen; por la música, que armoniza las tensiones, por una estrella, como presagia el maestro Cruzeiro Seixas. La talla directa recuperada por Brancusi, pero amanece en Solutrense y Magdaleniense como un arte de representación que pronto se pierde y reaparece, en una alternancia continua, que emerge en Alcántara como un copioso manantial de minerales encantados.

Una Venus que termina en una hoja inmensa, en forma corpórea de mercurio y azabache en la que se ve, caballos que esparcen centelleos nacidos a principios de siglo, que relinchan y saltan y están vivos y cubistas y futuristas, para ser cabalgados por los Cantos de Ezra Pound, potros majestuosos que saben ser porteadores de los Cantos de Pisa; caballos negros luminosos, con cuellos como torsos, con crines como rosas de los vientos y silencios de millones de años cuando acaban de surgir.

Con orejas como trompetas vibrantes, que hacen brillante el sonido del metal; caballos que llevan en el cuello un huerto de músculos y muslos, que se retuercen esperando a la yegua pantera, que está aún por nacer, bestias lejanas, majestuosas, para las reinas de todos los manantiales.

¡El guerrero santo! ¿Te imaginas, poeta, tú con una sola ala y que serías capaz de volar? Una figura portentosa, en la espalda un monje, ensimismado, preparado, alerta; en el reverso un guerrero, con el escudo, que defiende, que desafía, que provoca su ambición. Todo en uno, como una metamorfosis antes de convertirse, como el dios Jano, en que se resume todo un siglo de movimientos, todos los descubrimientos de un proceso que guarda la escultura.

Del mismo modo, cabezas pensantes, de guardianes y guerreros, de estrellas y ángeles, asteroides, donde la piedra se vuelve lírica sin perder un átomo de solidez. El orador real, esculturas con evidente unidad formal y conceptual, no arte conceptual, sino planos y estructuras geométricas, que presumen de precisión, pureza, una sutileza del arpa y el violín.

Talla directa, sin esbozar con centenares de diseños anteriores, sin otra ayuda que la de los límites que dicta el pensamiento; talla directa, en vivo, piezas que se integran en la traducción más apreciada de la modernidad, por el proceso, por la concepción, por la ejecución, por el resultado, por el desprecio por la frivolidad, por la nada, el arte sin raíz.

Ya son pocos los escultores, maestros de la luz, que trabajen la piedra con el refinamiento técnico y el esplendor de Alcántara, un escultor alejado de las modas, fiel a las raíces de la modernidad, al mismo tiempo, el más fresco, imaginativo y profundo del tiempo presente; un asceta, retirado en la lectura en su «atelier», en casa de Heidegger, contigo, con Ceselli, con el convoy casi fluvial de Madariaga, con el piano sin cuerdas y el violín roto de Hölderlin y de Fijman, que a veces esculpen como los otros, con la voz de Dante hecha segmentos de luz maciza, claridad sonora, ritmo de prestigio.

Tomás Paredes
Fragmento del Prólogo al Catálogo
Andrés Alcántara Galería Antonio Prates 2001
(Adaptación de JMS)

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