Las obras de Alcántara que se presentaron en su primera exposición individual fueron vistas dentro de un lenguaje expresionista que, entre nosotros, perdía la fuerza alcanzada un lustro antes. Si esa podía ser la apariencia de las esculturas, parece difícil que no se notase el respeto que el escultor demostraba ante el material.
Un respeto que no le impedía actuar, pero si modificar lo que le sugería su primera impresión. Recordando aquellos trabajos, es fácil suponer que nuestro escultor pertenece al grupo de los que se sienten seducidos ante esas formas que la naturaleza y el azar proponen, aunque luego las modifique y juegue a ocultarlas o hacerlas más visibles. Torsos desbrozados, guerreros cuya fuerza radica en la manera de trabajar la piedra o en la expresión de un rostro esquemático.
La segunda individual, en 1990, titulada “Arquetipos”, es una especie de balance del trabajo de los años ochenta. Frente al carácter más unitario de la anterior, en esta combina caminos distintos. Una serie de figuras, casi todas de pájaros, algunas de alusiones humanas y ciertos giros próximos a Ernst o Giacometti (visibles en las de la serie “Silencios”), están entre sus obras más fuertes. Alcántara aparece como uno de esos escultores para los que los motivos no son sino excusas y lo importante es el proceso que desencadenan.
El alarde técnico de buena parte de estas figuras, realizadas en piedra de Calatorao, es notorio, pero no debe ocultar el proceso general al que se asiste: el escultor decide dejar menos espacio a la seducción del material, incide de un modo más drástico en él, se impone desde una voz más firme, los juegos de visión son al tiempo decididos y sutiles.
Al plantearse su tercera individual elije piezas más recientes, en las que contrapone los efectos que suponemos a un material como la piedra, cierta aceptación de la idea de bloque, con el dinamismo provocado por lo que representa.
Expone un tercer conjunto realizado en piedra de Colmenar. Del grupo sobresalen dos figuras de pájaro, en versiones que rescatan el espíritu de la escultura de principios de siglo XX: la cabeza o el vuelo se convierten en los motivos que desencadenan una definición seca y limpia de formas y volúmenes. Esculturas que tratan de lo que trataban las de aquella época; esculturas que refieren el planteamiento y la resolución de un problema plástico, eludiendo lo definitivo, apuntando su condición de estudio, de taller.
De ahí la importancia dada a cuestiones que, como el equilibrio, Alcántara resuelve con absoluta maestría, eludiendo las disposiciones simétricas. La escultura se convierte en un modo de tentar lo ligero desde lo denso y opaco: la forma como tentación.
Las esculturas de Alcántara tienen, con frecuencia, una querencia por lo primitivo que no parece intencional. “Esfinge”, en ese sentido, sirve de prueba: no aspira a revisitar el pasado, sino a retomar los problemas clásicos de la escultura, la definición de formas, la insinuación del movimiento, la tensión interior, la presencia externa.
Miguel Fernández Cid
Fragmento del Prólogo al Catálogo
Alcántara Galería Conde Duque 1992
(Adaptación de JMS)
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